Sabemos que las imágenes y las ilustraciones son un medio o bien para contarnos una historia que está contenida en ellas, o bien, para acompañarla cuando nos cuentan aquello que las palabras a veces no pueden o no quieren llegar a expresar.
Sabemos también que «Caperucita Roja» es un cuento popular, repetido, leído y reproducido miles de veces, en casi todas las lenguas y formatos. Y sabemos que es un relato para los más pequeños, pero que ante todo, es una historia con muchas capas narrativas y por ende de interpretación: nos cuenta sobre la desobediencia y sus consecuencias, sobre el crimen y el castigo, sobre la inocencia y la infancia perdida y sobre el abuso a los más débiles, sobre la elección de caminos largos y caminos cortos, sobre los monstruos que viven en los bosques y en los rincones oscuros, sobre la generosidad y la mala fe, sobre el engaño y la mentira. Ejemplo de estas capas narrativas las hemos leído por ejemplo en el poema de Gabriela Mistral, o en la canción de Ismael Serrano o en el relato de Caperucita Roja del escritor Luis Pescetti.
Pero «Caperucita Roja» es, literalmente, un cuento muy sencillo, la historia de una niña que va a visitar a su abuela y en el camino es engañada por un lobo feroz que, aprovechándose de su inocencia, se la come junto con su abuelita.
Un ejemplo de esta sencillez narrativa es la Pequeña Caperucita Roja de Warja Lavater. La autora hace uso de esta linealidad de la historia para, a través de puntos y manchas de colores, narrarnos el cuento de «Caperucita Roja», o eso suponemos como lectores gracias a la referencialidad del título de la obra.
Aunque la adaptación de Lavater necesita sí o sí, a pesar de la sencillez de lo que cuenta y como lo cuenta, de un mediador, mejor aún de un muy buen narrador, para que ésta se vuelva comprensible al pequeño receptor, o bien, que el pequeño lector sea muy hábil a la hora de descifrar acertijos. Porque es una obra construida en su totalidad a partir de puntos y colores que plasman y siguen un orden prefijado por un cuento del que sabemos solo por su título. A todos nos gustan los puntos, supongo que por ello esta edición puede llamar la atención –el impacto visual de la obra es indiscutible-. Por tanto, si queremos jugar a desvelar y adivinar, esta amalgama textual cumple ese objetivo.
También, me llamo mucho la atención la elección de los colores por parte de la artista. Sobre todo teniendo en cuenta que éstos son en la infancia el mejor recurso que tienen los niños para expresarse, porque, para ellos, los colores aun no tienen un sentido propio, no tienen un significado único. Por ejemplo, el negro puede ser el color más atrayente de todos y el azul el más terrorífico, el rojo puede ser alegría o dolor, y el naranja el color de la maldad y la destrucción o bien el color del sol, no hay referencias fijadas aún y en ello radica justamente la riqueza de los colores para los niños. Es por esta elasticidad e indefinición que los pequeños logran constituir o narrar a través de un dibujo de manchas toda una historia. Y supongo que ésta es también la intención de Lavater.
Por ello, la elección de los colores por parte de la autora, para definir y distinguir tanto a los personajes como al contexto, me pareció tan predeterminante, tan del mundo de los mayores y tan tradicional como el cuento de caperucita roja: azul –para un adulto asociado a la esperanza, la tranquilidad, la ternura — es el color de la abuelita, el verde –esperanza— para el bosque, el marrón –también para el adulto: fuerza y determinación- es el guardabosque, el negro –color para la muerte o la tragedia- es el color del lobo; cuando quizás para el niño son colores que no significan ni asocian aún con todas estos prejuicios ni con estas características o emociones, lo que podría seriamente perjudicar la interpretación del texto, que ya de por sí es bastante difícil de entender, siendo como es un colage de puntos.
«La pequeña caperucita» de Lavater es sin duda un libro de laboratorio, totalmente perdible en los anaqueles de cualquier biblioteca infantil, que no logra plasmar en sus imágenes la profundidad del cuento, ni logra, realmente, contarnos ninguna historia, a los sumo un par de hechos que suponemos –un punto que debe atravesar un laberinto de puntos para llegar hasta otro punto que se hace gigante hasta tapar al pequeño punto-; son construcciones pictóricas que dependen por completo de las pericias y los conocimientos del mediador a la hora de narrar o bien de la buena predisposición del espectador (y es voluntaria la elección de espectador en lugar de lector)
Por suerte, como «Caperucita Roja» pertenece al canon de la literatura universal podemos encontrar centenares de ediciones donde sí podremos hallar la riqueza literaria que caracteriza a este cuento que es considerado una de las historias más antiguas y populares de la cultura europea.
